Por: Diego Gómez
Dando inicio a este texto es inevitable recordar al gran Antonio Caballero, quien nos abandonó en este plano el año pasado, pienso en su columna titulada Mil palabras por una imagen, la cual era publicada por la revista ARCADIA (Hasta que el grupo empresarial Gilinski compró SEMANA y lamentablemente decidió terminar con un baluarte impreso y digital de la cultura colombiana), era yo uno de esos fieles compradores de la revista y leía a Antonio religiosamente, ya que como artista plástico me interesaba bastante por sus lecturas de imágenes, lo leía con respeto, admiración, rigor, crítica, pero también con cierto recelo, pues es de la única forma pertinente de abordar a un librepensador, para poder tener un dialogo de verdad, entrar en contacto, poner las cartas sobre la mesa y usar el pensamiento, o por lo menos tratar de hacerlo, así pues dedico este texto a la memoria de Antonio Caballero.
El triunfo de Gustavo Petro y Rodolfo Hernández en las elecciones tras los resultados nos brinda dos imágenes, son ellas las que quiero abordar en este escrito, tratando de leer los planteamientos discursivos y visuales que nos pueden ofrecer ambas campañas a través de estas dos puestas en escena.
Por un lado, el comparativo empezaría por el tiempo de duración por el que optó cada uno de ellos, el candidato Hernández fue breve, brevísimo diría yo, con una duración récord de 3 minutos, tan fugaz como la presentación de un candidato a la personería del colegio, pero también puntual, conciso, claro y frugal, sin mucho que decir más allá de lo conocido y evidente de los resultados electorales.
Mientras que Petro se apoderó del micrófono y se explayó durante 26 minutos, lo que le permitió extenderse sobre reivindicaciones de su plan de gobierno, historia de Colombia, lucha de minorías, ataques a su contrincante y un par de tesis algo complejas, difíciles de comprender tal vez por la mayoría. El ingeniero hizo esos tres minutos interrumpidamente ya que leía en una hoja de papel (su campaña opta por no usar teleprónter), lo cual le obligaba a agachar su mirada y ocasionalmente levantarla para generar contacto visual desde la distancia con sus partidarios, titubeando de una manera algo incomoda en cada frase leída; mientras que el economista se dirigió a su público libre de libretos, desenvolviéndose orgánicamente, seguro de sí mismo y de manera auténtica, sin nadie que le hablara al oído o escribiera su discurso.

Entrando en los temas de forma, cuando nos enfrentamos a la imagen de Hernández, vemos a un hombre mayor totalmente solitario en la comodidad de su hogar, grabado desde la cocina para ser más exactos, con dos ángulos de cámaras cortados a un plano medio, un sujeto con un camibuso manga larga de color Amarillo que lo identifica con su campaña y un fondo más bien sobrio, que nos ofrece una paleta de color gris, generando un gran contraste visual con el personaje y su llamativo vestuario.
Todo esta orquestación trasmitida tal vez en un falso en vivo desde su sede principal en Bucaramanga, a través de una pantalla gigante se le puede ver, la euforia de sus seguidores es completa al contemplarlo durante ese corto tiempo, se comunica a través de la distancia y de manera breve, sencilla, los celulares no se hacen esperar, delante de las cámaras del noticiero que lo esta grabando se pueden percibir las pantallas celulares de sus seguidores, grabando otra pantalla, pantalla tras pantalla, tras pantalla, ¿acaso es esto una paradoja del candidato al que vemos allí?. Acá encuentro una relación directa con la adaptación cinematográfica de espectacular novela de George Orwell 1984, dirigida por Michael Radford (1984), en el momento en el cual el Tirano, el Gran Hermanos que todo lo ve, se esta comunicando con sus súbditos a través de una pantalla colosal, sin el menor contacto físico, creando una relación de distancia por completo, entre el único individuo libre y la masa, quien se ve allí en la gran pantalla, el sujeto que tiene autonomía y puede estar solo, goza de ello y es ajeno a mezclarse con la multitud, del otro lado como espectadores se encuentran aquella inmensa muchedumbre, que se idéntica solamente entre ella misma, solo se sabe cómo unidad, la cual perdería toda importancia si se desligase de la colectividad, funcionando además por medio de la aceptación y aprobación del mismo autócrata.

Si vemos la imagen de Petro, nos topamos con un tipo que da el discurso rodeado de una multitud y para una multitud, asistiendo ciertamente tarde a su sede, pero llegando de modo presencial, tardanza que nos hace estar seguros de que no es una trasmisión diferida, el candidato aparece con un blazer oscuro, una camisa blanca, un vestuario netamente tradicional tras un atril con dos micrófonos, lo acompaña su fórmula presidencial Francia Márquez y su esposa del otro lado, parte de la familia de ambos candidatos y otros tantos miembros de la campaña, contemplamos un plano general, lleno de diversidad, hay afros, mestizos, blancos, niñas, niños, hombres y mujeres, con una paleta de color amplia y una pantalla de fondo que muestra a otra multitud más, otorgándole una gamas de colores de todo tipo, los primeros planos nuevamente ubican la masa del público que también levantan sus celulares para grabar la intervención.
La escena en la que no dejo de pensar acá es de El Lobo de Wall Street, obra maestra de Martin Scorsese (2014), en el instante en que Jordan Belfort debe retirarse de la empresa y la pasión intensa con la que vive cada segundo no se lo permite, lo cual se transforma en un discurso motivacional, moviendo las fibras de cada uno de los asistentes presentes, cabe resaltar que Jordan proclama su discurso mesiánico en medio de la multitud, donde se encuentran colegas, trabajadores y familiares, la figura a pesar de que resalta con su traje entro los demás, está ubicada a un mismo nivel, en un mismo plano, ni más arriba, ni más abajo, lo que crea un contacto más fluido y directo, supremamente horizontal y no jerárquico, culminando con un coro en conjunto al estilo de una tribu antigua, marcando una unicidad del líder con sus seguidores y viéndose entonces todos como iguales, esa lógica de tribu, de que si falta alguien se pierde todo, ese resguardar y proteger, Petro de algún modo es eso: una multitud, con un discurso alentador que une, siendo él mismo el punto de convergencia de la diversidad de esas ideas, vemos acá en la imagen una tribu.
En estas dos imágenes no solo hay dos modos de interpretar la victoria, no es simplemente las formas de abordar la vida a través de la visión de un ingeniero y un economista o de dos generaciones distintas, es más que nada una manera de ver el poder, una forma de ver a sus votantes y a la ciudadanía, la mirada que tienen sobre el país y las dos orillas diametralmente opuestas que representan, es una forma de leer el mundo, de evidenciar los discursos cuando no hay debates, y del porque ciertamente uno de los candidatos se niega a darlos, las opciones siguen siendo entre permanecer en el status quo con unos cambios leves, superfluos o de lo contrario: modificarnos, cambiando profundamente y reinventándonos como sociedad por completo, pensando desde lo colectivo y no egoístamente desde lo individual, es el momento de optar por la periferia, por las márgenes y los marginados o de seguir rumiando en el centro y sus privilegios.