Por: Carlos Andrés Vásquez
Sentenciados fuimos el día que dejamos de ser una república democrática (a medias), para convertirnos en un narcoestado dirigido por el cartel más grande del mundo en producción de cocaína que, además de su negocio violento y corruptor de todas las esferas de la sociedad, al llegar al gobierno central, se permite utilizar su fuerza pública, recurso humano, económico, natural; como también, la infraestructura fluvial, terrestre y aérea de la nación para asegurarse la producción, comercialización y exportación de cientos de miles de toneladas de droga y después, enviarla a todos los rincones del planeta.
Con lo sucedido recientemente respecto a las denuncias hechas sobre los vínculos con el narcotráfico del hermano de la señora Martha Lucía Ramírez, quien se defendió diciendo que, ese hecho era solamente «una tragedia familiar» y prácticamente había que condolerse con ella, no exigirle que dé la cara al país por ocultar tantos hechos delictivos que la rodean, como el de su esposo, Álvaro Rincón, socio de otro narcotraficante alias «memo fantasma» como también su demostrada cercanía con el jefe paramilitar Salvatore Mancuso. ¿Qué puede pensar uno? ¡Que son buenos muchachos! supongo se cumple entonces con lo argumentado en mi anterior artículo (distanciamiento-social-tragicomedia) «Lo digo con sarcasmo ya que a nosotros los plebeyos nos toca echar mano de la comedia, porque lo trágico no nos luce, eso es para la aristocracia; a nosotros solo nos queda reírnos de nuestras tragedias», en donde se replantea el significado del distanciamiento social, que en realidad refiere las distancias entre clases sociales: los poderosos están por encima de la ley. La violan, la ultrajan, se paran en la cabeza y si llegan a ser sorprendidos, excusas emanan de todos lados.
Lo «trágico» en todo esto es el mal mensaje que se envía a la ciudadanía en general, contrario al eslogan de la campaña Duque presidente «el que la hace la paga», se puede entender, tal vez que, si no te descubren, nada sucede, y si te descubren, niégalo hasta el final y victimízate. Este revés proyectado en el ciudadano del común hace que se cuestione sobre su propia conducta ¿vale la pena seguir las reglas, cumplir las leyes, respetar al otro?
Una sociedad conducida con el mal ejemplo solo puede generar malas conductas, importaculismo, delincuencia, asumir la postura del todo vale, que el vivo viva de los bobos. Si un gobernante no está en condiciones morales, ni posee conductas intachables, simplemente no está en condiciones de gobernar, su pueblo no lo va a respetar, no lo van a seguir. En la vida pública hay que ir con la verdad por delante, porque amigos y enemigos están a cuatro ojos mirando qué tanto permitirse de acuerdo a las conductas del mandatario y su equipo de gobierno. Siempre está presente el cuestionamiento: ¿Se reúnen a dar soluciones y a construir sociedad, o se reúnen a delinquir? ¿Quienes los rodean son gentes de conductas probas, o delincuentes confesos? Ahí sí que aplica el concejo de las abuelas -que tiene varias excepciones-, pero que en este caso se cumple a cabalidad «dime con quién andas, y te diré quién eres». De los mayores activos de un gobernante es el discernimiento: entender si quienes lo buscan y lo rodean tienen como objetivo acompañarlo y asesorarle con honestidad para que pueda hacer su labor de manera correcta, o si solamente lo utilizan para cometer sus fechorías y sentirse protegidos. Esta es realmente la nuez de todo este asunto, la responsabilidad que conlleva gobernar exige pulcritud, respeto y sinceridad con los ciudadanos.