Por: Daniel Tanuro
Las recientes inundaciones en Bélgica, Alemania y Holanda, con sus dramáticas consecuencias en vidas humanas y daños naturales, pone en evidencia los riesgos cada vez más presentes del cambio climático para la humanidad. Partiendo de la situación en Bélgica, Daniel Tanuro analiza esta catástrofe, que no tiene nada de natural, y las irresponsables políticas del gobierno Belga y la UE con el horizonte de resolver la crisis climática aceptando superar temporalmente el 1,5ºC de aumento de temperaturas, acordado en la COP21 de Paris. Un tema que adquiere una relevancia mayor en vísperas de la celebración de la COP26 en Glasgow (31 oct.-12 nov-)]
En el momento de escribir estas líneas, las terribles inundaciones en Bélgica, parte de Alemania y los Países Bajos han provocado la muerte de más de 100 personas. Decenas de miles de personas han sido desplazadas, lo han perdido todo y quedarán traumatizadas para siempre. Otras, por desgracia, ni siquiera tuvieron esa suerte, y el gran número de desaparecidos (1.300 en Alemania) no deja lugar a dudas de que el número final de víctimas será mucho, mucho mayor. Los daños materiales son inmensos, por no hablar del impacto en términos de contaminación del agua y del suelo (por hidrocarburos, metales pesados, PCB, plásticos, aguas residuales, etc.).
Esto es el cambio climático.
Esta catástrofe es, casi con toda seguridad, una manifestación del cambio climático provocado por la emisión de gases de efecto invernadero (principalmente procedentes de la quema de combustibles fósiles). Como mínimo, si se tratara de un hecho aislado, habría alguna duda. Pero no se trata de un hecho aislado, sino todo lo contrario. En primer lugar, estas lluvias excepcionales se producen tras dos años de olas de calor y sequía igualmente excepcionales (recordemos que la ola de calor de 2020 causó 1400 muertos sólo en Bélgica…). En segundo lugar, el hecho de que este diluvio en Europa occidental coincida con una ola de calor mortal y sin precedentes en Canadá (Columbia Británica) no es una coincidencia: es muy probable que ambos fenómenos estén relacionados y sean el resultado de la interrupción de la corriente en chorro circumpolar (poderosos vientos que giran a gran altura alrededor del polo). En tercer lugar, el aumento de los fenómenos meteorológicos extremos (tormentas y ciclones más violentos, olas de calor y de frío más intensas, sequías e incendios sin precedentes, lluvias, inundaciones y corrimiento de tierra, etc.) es indiscutible y corresponde perfectamente a las consecuencias del calentamiento global previstas por el IPCC desde su primer informe… hace más de treinta años.
Los gobiernos ignoraron las advertencias meteorológicas
Los servicios meteorológicos de los países afectados habían diagnosticado la presencia sobre nuestras regiones de una gota fría, un sistema de bajas presiones aislado y estable asociado a una masa de aire frío. Este tipo de fenómeno es conocido por provocar fuertes lluvias. Se sabe que estas precipitaciones pueden durar varios días, ya que la baja es estacionaria. En este caso, la amenaza era tanto más grave cuanto que la gota fría estaba rodeada de enormes masas de aire caliente, cargadas de grandes cantidades de vapor de agua. Al rodear la depresión, este vapor de agua estaba destinado a condensarse y caer en forma de lluvia. Los meteorólogos e hidrólogos habían advertido que se avecinaba un acontecimiento excepcional.
Los dos-tres días anteriores al inicio del diluvio podrían/deberían haberse utilizado para analizar la amenaza, tomar medidas de emergencia, movilizar a la defensa civil y al ejército, advertir a la población y evacuar las viviendas más amenazadas. Esto no habría evitado las inundaciones, pero los daños habrían sido limitados y, sobre todo, se habrían evitado las pérdidas humanas. La experiencia de Cuba con los ciclones lo confirma: la prevención marca la diferencia. Pero aquí no se hizo nada. Una vez más (¡como en el caso de la covid-19!), se ignoraron las advertencias. Las razones son siempre las mismas: los gobiernos tienen las narices metidas en el pastel económico, su prioridad es la competitividad de las empresas, se niegan a integrar el hecho de que la humanidad ha entrado en una catástrofe climática (en Bélgica, mientras se acumulaban los nubarrones, a una parte de la clase política le pareció incluso más importante difundir chismes sobre los vínculos entre la señora Haouach y los Hermanos Musulmanes).
Un conjunto de factores estructurales agravantes.
Además de esta falta de preparación, la magnitud de las inundaciones y sus consecuencias [en Bélgica] se vio multiplicada por una serie de factores estructurales de diversa índole. Mencionémoslos en bloque: los recortes presupuestarios (en protección civil y cuerpo de bomberos, en particular – ¡gracias Jan Jambon! ); el hormigonado de los suelos (impide la percolación del agua); la rectificación de los ríos y la desecación de los humedales (actúan como una esponja); la expansión urbana; la gestión de las aguas pluviales (enviadas al alcantarillado, pasan por plantas de tratamiento antes de engrosar los cauces); la especulación del suelo (fomentando la construcción en zonas inundables); la política agrícola (fomentando los monocultivos a gran escala) y las prácticas agrícolas (arado profundo, falta de cobertura del suelo, desaparición de los setos). En todos estos ámbitos, hace años que deberían haberse tomado medidas preventivas esenciales, y se deben adoptar sin demora para evitar nuevas tragedias. Pero la llamada adaptación necesaria para hacer frente a la parte irreversible del cambio climático no debe utilizarse para esquivar la raíz del problema: el propio clima. Hay que salir de los combustibles fósiles cuanto antes, y para ello no basta con aumentar la cuota de renovables: hay que romper con el productivismo capitalista, cambiar por completo nuestro modo de producción, de consumo y de relación con la naturaleza, y hacerlo según un plan público.
Un préstamo de 2500 euros por hogar es un insulto a las víctimas
El gobierno belga ha declarado un día de luto nacional, llama a la solidaridad y a la unidad, pero, con sus declaraciones, sigue manteniendo en la ignorancia a la gente que no es consciente del cambio climático. El Primer Ministro belga habló de un acontecimiento excepcional, sin precedentes. La conclusión es que con el calentamiento global, lo excepcional se convierte en regla, lo de sin precedentes se convierte en algo común. Aquí se ve claramente el vínculo entre conocimiento y poder: subrayar el carácter excepcional de las inundaciones sin hablar del clima permite a los políticos mantener el monopolio de la toma de decisiones mientras evaden sus responsabilidades. Sin decirlo explícitamente, transmiten la idea de que la catástrofe es natural, cuando no lo es. Ni que decir tiene que este discurso hace el juego a los negacionistas del clima (representados en el gobierno por el Sr. David Clarinval, viceprimer ministro, socio negacionista de Drieu Godefridi y del difunto Istvan Marko). Pero todas las tendencias políticas en el poder tienen un cierto interés en mantener este discurso. Hablar de catástrofe natural permite esconder bajo la alfombra la inacción climática de las sucesivas coaliciones. Si las víctimas tuvieran una idea clara de la responsabilidad de los gobiernos, el préstamo de 2.500 euros por hogar afectado (una decisión del gobierno valón) les parecería otra injusticia, un insulto a las víctimas. En lugar de este préstamo a devolver, las poblaciones tienen derecho a exigir una reparación digna de ese nombre, financiada por las empresas, los bancos y los accionistas que siguen invirtiendo en fósiles contra viento y marea.
Inundados y sedientos de todo el mundo, ¡uníos!
Más allá de la imperiosa solidaridad con las víctimas, debemos aprender las lecciones de la tragedia, y la lección número uno es que el momento es ahora, que no hay un minuto que perder. Hay que tomar urgentemente medidas más enérgicas para frenar la catástrofe climática, de lo contrario se convertirá en un cataclismo. La lección número dos es que no podemos confiar en los gobiernos: llevan más de treinta años diciéndonos que hagamos algo por el clima y no han hecho casi nada. O mejor dicho, han hecho mucho: sus políticas neoliberales de austeridad, privatización, apoyo a la maximización de los beneficios de las multinacionales de los combustibles fósiles y apoyo a la agroindustria nos han llevado al borde del abismo. Estamos todos en el mismo barco, dicen los responsables políticos. No: tanto en el Norte como en el Sur, los ricos se salen con la suya y se enriquecen con los desastres de los que son los principales responsables (el 10% más rico emite más del 50% del CO2 mundial). Las clases trabajadoras están pagando la factura y se enfrentan tanto al empeoramiento del calentamiento global como al agravamiento de las desigualdades sociales. Los más pobres pagan dos, o incluso tres veces, cuando no tienen otra solución que emigrar, arriesgando sus vidas con la legítima esperanza de una vida mejor. El cambio climático es una cuestión de clase. La lección número tres es que todas las víctimas de esta política -pequeños agricultores, jóvenes, mujeres, trabajadores, pueblos indígenas- deben unirse, más allá de las fronteras. No hay ninguna diferencia entre los pobres que vadean el agua en Pepinster o Verviers y los pobres que vadean el agua en Karachi o Dhaka (¡1/3 de Bangladesh bajo el agua en 2020 debido a la perturbación del monzón por el cambio climático!) No caigamos en el cinismo del Gobierno, que aprovechará las inundaciones para desviar la atención de los inmigrantes indocumentados que llevan más de 50 días en huelga de hambre en Bruselas, aunque estén en peligro de muerte.
La no declaración criminal de la UE: el rebasamiento temporal de 1,5°C
En los próximos días, oiremos a los gobiernos jurar que las dramáticas inundaciones confirman su voluntad de un capitalismo verde, que la Unión Europea está a la vanguardia y que todo iría mejor si el resto del mundo siguiera su ejemplo. La lección número cuatro es no dejar que los gobiernos nos duerman con esta retórica. El capitalismo verde es una farsa. El plan climático de la UE está lleno de falsas soluciones (plantar árboles), juegos de manos (no contar las emisiones de la aviación y el transporte marítimo mundial), tecnologías peligrosas (captura y secuestro de carbono, energía nuclear, cultivos energéticos en millones de hectáreas), nuevas injusticias coloniales contra el Sur (compensaciones de carbono, impuestos fronterizos de la UE), y nuevas medidas antisociales de mercado (pagos de carbono en los sectores de la construcción y la movilidad, que las empresas trasladarán a los consumidores). El verdadero objetivo de este plan es la cuadratura del círculo: combinar el crecimiento capitalista con la estabilización del clima. Su objetivo tácito es el descabellado plan de superar temporalmente el umbral de calentamiento de 1,5°C, compensado después por un hipotético enfriamiento tecnológico del planeta. Las inundaciones en Bélgica y Alemania, así como otras catástrofes en todo el mundo, sugieren graves las consecuencias de este rebasamiento temporal.
Fuente: https://vientosur.info/inundaciones-no-se-trata-de-una-catastrofe-natural/