Coronavirus, la fragilidad de nuestra existencia

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Por: Gilberto Tabares Hoyos


El 6 de marzo de 2020, observamos atónitos cómo el primer paso de una enfermedad desconocida acababa de ser puesto en Colombia, el nuevo Coronavirus 2019 o (COVID-19) se deslizó sigilosamente por las fronteras de nuestro país, cinco meses después el Ministerio de Salud reporta 387.481 contagios, 12.842 muertes y a nivel mundial las cifras son escalofriantes; ya son 19 millones de contagios y 732.000 fallecidos, haciendo evidente que este  virus es más mortífero que cualquier gripe estacional, como equivocadamente afirmó el “centro” político del país. Estas cifras golpean nuestra percepción sobre el control y sobre todo le da un golpe de humildad a nuestro ser, el homosapiens combate en el ring de lo biológico, por el trofeo de la existencia.

En estos tiempos, que evidencian las fronteras de las competencias humanas en cuanto al control de sus futuros, los estados de ánimo se muestran intranquilos e implacables miedos brotan hasta la piel de las organizaciones sociales, que arrinconadas, transforman la atmósfera de inseguridad, en un pánico real y su actuar erosiona las formaciones reflexivas de nuestros valores y conceptos, por ejemplo, conceptos como la dignidad y justicia son desprovistos de su contenido intrínseco y sólo vemos desmoronar el cascaron de lo que presumíamos tan consolidado al avizorar como unas vidas son dignas de cuidado y otras dignas de luto, todo determinado por las geografías con sistemas de salud más débiles o de menos acceso a ellos, pero sobre todo, por el privilegio. Todo lo establecido se va desvaneciendo; todo lo sacro es profanado, y los hombres se ven finalmente obligados a contemplar sus condiciones de vida y sus relaciones recíprocas en toda su desnudez.1 Una vez más el temor y la incertidumbre nos desborda, la percepción del control y la justicia nos abandona, la razón se hace etérea ante los irrefutables millones de contagios.

Este virus no solamente desenmascara la inanidad de nuestra condición humana, también, nos hace redimensionar nuestro antropocentrismo, pues al reducir a lo biológico nuestra existencia, ha desnudado nuestro frágil organismo, todo lo que adquiría forma a nuestro alrededor, se ha hecho inconsistente, hasta tambalea ese mundo de las ideas que hemos construido; sistemas políticos y económicos hacen agua –incapaces de dar respuesta- frente a esta pandemia. Todos hemos visto a las sociedades del homo sapiens sapiens diezmadas en los poderosos estados que se nos imponen como modelos y esto ha derrumbado los muros teóricos que protegían viejos sistemas de pensamiento humano que nos señalan lo que debemos ser. ¿Será posible que al igual que la peste negra, pandemia que atravesó grandes colapsos de la humanidad -aunque no fue el único factor- como el colapso de las antiguas poblaciones agrícolas (5000 a. C), la caída del Imperio Romano (V d.C.), la crisis del sistema feudal (XIV) y el fin de la era Imperial China (XIX), el Covid-19 sea un factor determinante para superar o transformar nuestros sistemas de la desigualdad e injusticia, fundamentados en modelos sociales, políticos y económicos ajenos a nuestra realidad?

Esta pandemia no solo ha revelado las débiles estructuras de lo construido, nos ha enseñado la importancia de las transformaciones de lo real -o irreal-, con una pedagogía de la muerte le ha devuelto la relevancia a las necesidades humanas vitales y al contacto humano, nos está educando en lo esencial; sin embargo, en cuanto al contacto humano, nuestro contexto presenta una paradoja: aunque el hombre es un ser social y nos debamos apoyar inexorablemente en el otro para existir, nos rehuimos ante la posibilidad mortal del contacto, ya sea para no contagiar o contagiarse.  El Coronavirus es como un crítico mordaz del homosapiens, de su comportamiento con el mundo, de su consumismo extremo, es como un niño extasiado de risa señalando a un rey desnudo aplaudido por una masa que vanagloria lo superfluo, es el expositor de la fragilidad de nuestra existencia.

A dónde van los seres humanos cuando ya no pueden recurrir al otro, cuando los refugios de la temeraria realidad que hemos construido se encuentran clausurados -iglesias, discotecas, escuelas-, sobre todo para los que convirtieron el perdón, la embriaguez y la educación en un  desahogamiento de su cotidianidad; a dónde va el vendedor informal que vio multiplicarse de forma exponencial el peso de sus quehaceres y angustias. Quizás o como siempre nuestro destino es el horno, el humo y la ceniza.

 

1 Marx, C., Engels, F. (1948) Manifiesto Comunista. Lain Diez. Santiago, Chile. Recuperado de https://obtienearchivo.bcn.cl/obtienearchivo?id=documentos/10221.1/19671/1/19742.pdf

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