El Matarife y El Destripador

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Por: Carlos Andrés Vásquez


Al mejor estilo de las películas de terror que se hicieron taquilleras por el carácter rimbombante y temeroso del título con el que fueron nombradas, tipo «El Destripador» -por citar sólo una de las 7 que se han producido sobre esta historia-, la de 1949, con un presupuesto de 50 mil dólares de la época, logró recaudar más de 1 millón 100 mil dólares al rededor del mundo, pues contaba con 2 factores muy llamativos: un título escalofriante y estar basada en un hecho de la vida real: relataba la historia de un londinense del siglo XVll llamado Jack, un psicópata (trastorno de personalidad antisocial), un asesino en serie despiadado y temido como ninguno en sus tiempos, y que nunca fue condenado por sus crímenes porque sabía manipular todas las circunstancias.

Guardando las proporciones y entendiendo las distancias narrativas entre un filme y un documental con entregas cortas para que se pueda distribuir por WhatsApp, podríamos decir que en Colombia acaba de darse ese mismo fenómeno: un lanzamiento audiovisual que cuenta con los mismos elementos de «El Destripador»: un título tenebroso: «Matarife» que también está basada en la vida real de Álvaro, un sociópata (trastornos de personalidad antisocial pero con poder y liderazgo) que, al parecer, tampoco pagará por su fechorías. En un solo día más de 4 millones 200 mil reproducciones ha tenido su primer capítulo «Matarife», haciendo de este material un hit masivo que hará de Álvaro, un villano famoso al rededor del mundo por sus crímenes, igual que el famosísimo Jack.

Tratando de entender desde el punto de vista psicológico al personaje principal de estas historias, se podría intuir entonces que, todo villano que se convierte en leyenda por sus actos, siempre buscó ser reconocido y pasar a la historia -así sea por sus fechorías- y ser recordado por siempre, como hemos visto en muchos otros personajes en la historia de la humanidad que han mostrado su lado narcisista (trastorno de personalidad) que, se describe de la siguiente manera: «trastorno mental en el cual las personas tienen un sentido desmesurado de su propia importancia, una necesidad profunda de atención excesiva y admiración, con relaciones conflictivas y una carencia de empatía por los demás». Al igual que Jack -del que se han producido 7 películas-, Álvaro ha tenido otros materiales audiovisuales para contar su historia; justo ahora promociona su propia serie que narra su versión de los hechos para contrastarlos con «Matarife» pero que ha resultado un fracaso rotundo en términos de audiencia, fenómeno muy distinto al que logró con el reality show «El Gran Colombiano» financiado por él mismo en una cadena internacional de televisión en donde buscaba proyectar -al peor estilo del narcisista- una imagen internacional de prohombre montañero.

Además del título escalofriante y estar basada en un hecho de la vida real, ésta serie cuenta con otro factor que la ha viralizado inmensamente: la controversia; el debate sin fin, ya que el personaje aún vive y ejerce gran liderazgo entre un in-menso sector de la población colombiana, que lo defiende y desmiente dichas acusaciones; otros, lo justifican y no les importa si éstas son ciertas o no, porque primero muerto que converso.

Lo bueno: informativa, histórica, recrea muchos de los acontecimientos confusos y/o desconocidos de la historia reciente, como también, de los sucesos más traumaticos del país. Personajes, fechas, objetivos, documentos y declaraciones de las víctimas reconociendo a sus victimarios. Una herramienta de las nuevas generaciones para conocer parte de la verdad sobre nuestro país en un formato atractivo y moderno.

Lo regular: la calidad de la producción en los tiempos del netflix en donde todo es calidad AAA, pero que en la serie se nota que aún producimos muy a la colombiana porque acá eso gusta, como las películas de Dago, que son un esperpento para el público extranjero que solo consumimos con gusto nosotros -como con las rellenas-, puede que no guste al paladar fílmico internacional.

Lo corto de los capítulo de 6 minutos con entregas semanales que harán interminable el fin de la historia. Claro, hay que aclarar que los personajes aún viven y hacen de las suyas, entonces cualquier cosa podría suceder y dar un giro en la trama y dejar mal parada a la serie en la rigurosidad de los hechos, ejemplo: en el capítulo 1 se habla del «Nogalito» -patio de la cárcel la picota donde están recluidos los amigos de Álvaro- en donde también se supone debería estar preso Andrés Felipe Arias pero que en realidad se encuentra vacacionando en la Escuela de Caballería de Bogotá desde el 12 de julio de 2019.

Lo malo: la reconocida retórica virulenta que han empleado los investigadores Daniel Mendoza Leal y Gonzalo Guillén desde hace años en contra de Álvaro, eso genera algún tipo de desconfianza en la imparcialidad del hecho noticioso y documental -aunque se entiende que es una denuncia y no requiere diplomacias-, y el efecto de arraigo y defensa fervorosa de los seguidores de Álvaro por la manera feroz de los ataques y afirmaciones que se hacen sobre su ídolo; creo que es importante hacer entender con lógica cordial porque es más efectiva para lograr un cambio de postura; mucho más audaz que la confrontación burlona y matoneadora de lado y lado. No hay lógica ninguna en legitimar el ataque al club El Nogal, por más mafiosos y paramilitares que se reunieran en ese lugar, como tampoco es válido legitimar las masacres de los paramilitares a poblaciones enteras como la del Salado porque por ahí habían guerrilleros camuflados. Nunca valdrá la pena argumentar una posición si se requiere legitimar la barbarie.

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