Pandemia, neoliberalismo y la policía del género

Columnistas Opinión

Por: Jean Paul Saumon


En estos tiempos de pandemia las medidas para frenar el contagio han justificado que se tomen decisiones propias de un Estado de excepción, como lo planteó Agambem en uno de los primeros artículos filosóficos acerca de esta emergencia y que desataron múltiples debates.

Lo cierto es que estas medidas típicas de regímenes autoritarios están siendo tomadas para combatir a ese enemigo invisible que ataca a través de un apretón de manos, un abrazo o un beso. Ante la evidencia de la mortalidad del virus hemos aceptado tácitamente que se nos recluya en nuestras casas esperando que el virus algún día se vaya, aún a sabiendas que una gran parte de la población nos vamos a contagiar en algún momento.

Uno de los mayores miedos es que los hospitales comiencen a colapsar ante la avalancha de enfermos y que como en Italia se tenga que decidir quien vive y quien muere, siendo los ancianos los condenados a morir en un mundo donde se privilegia la productiva juventud, o en una situación más cercana a la nuestra, dejar morir a nuestros familiares en nuestras casas y tener que quemarlos en las calles como está sucediendo en Ecuador, siendo este escenario el más similar a los referentes macabros de la peste negra de la Europa del medievo al que nos tengamos que enfrentar.

Y aunque las personas salgan a sus balcones a aplaudir al personal médico por hacer su trabajo y combatir en primera línea a este enemigo viral (lo que no deja de llamarme la atención con su relación al llamar ‘combatientes de primera línea’ a esos médicxs y enfermerxs con esos valientes que se enfrentaron en la primera línea de las protestas ante la represión criminal del Estado chileno), lo que está viviendo este personal de la salud es frustrante. Son personas que no solo ahora merecen ser aplaudidas, su trabajo siempre ha sido el de salvar vidas, pero ahora es cuando surgen los gestos histriónicos e impostados de apoyo que no se dieron cuenta antes de la crisis en la que ha estado el sistema de salud con la privatización y los recortes a la salud pública.

Además de tener que afrontar la discriminación por exponerse al virus, hoy están poniendo en peligro sus vidas al trabajar en la precariedad, mientras muchxs de ellxs llevan meses sin recibir salario. Si lxs médicxs y enfermerxs del primer mundo se están viendo a gatas para trabajar con el poco material del que disponen, contagiándose muchxs de ellxs por no poderse proteger adecuadamente, ¡imagínense lo que van a tener que sufrir lxs medicxs y enfermerxs en un país como Colombia donde la gente ya se moría antes a las puertas de los hospitales! Imaginen lo expuestos que van a estar en las zonas rurales donde ni siquiera hay agua potable. ¿Ahora si nos damos cuenta que teníamos que marchar para defender nuestro sistema de salud público ya que el personal de salud no podía parar porque la vida de muchas personas dependía de sus trabajos?

Pero el problema no acaba ahí, la cuarentena obligatoria nos ha encerrado a todxs en nuestras casas, sin poder ir a trabajar para rebuscarnos el alimento, y mientras muchos piden que nos quedemos en casa desde el privilegio, muchxs otrxs no saben cómo van a sobrevivir porque si no los mata el coronavirus los mata el hambre. Esa es la realidad de vivir una pandemia en el Sur global, en un país corroído por la corrupción y la desigualdad. Pero algunos dirán que el gobierno está entregando ayudas, está dando mercados, está siendo todo lo que puede, hay que salir a aplaudirlo por su asistencialismo que no alcanza para todxs, mientras endeuda más al país al FMI para seguir ahondado las injusticias que nos tienen en la pobreza y seguir recortando en salud, educación, deporte y cultura, hipotecando al país para que lo sigan saqueando las mineras y multinacionales mientras continúa bajándole los impuestos a los más ricos por sus mezquinas donaciones.

El hecho es que mientras dura este encierro en que solo algunos podrán salir a trabajar y a conseguir los víveres, a la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, se le ocurre replicar la medida aplicada en Panamá y Perú de regular la cuarentena por género, valga la aclaración, sosteniendo que tendrá que respetar la identidad de género de las personas con el fin de evitar discriminaciones como ha sucedido en los países anteriormente citados. Aunque la intención de la alcaldesa de Bogota, la primera alcaldesa con una orientación sexual distinta a la heterosexual, sea buena, eso no quiere decir que sea una medida que tenga en cuenta las experiencias de violencia de las personas trans y no binarias, lo que demuestra su falta de empatía con esta población, y es que, como se plantea en el informe del año 2018 de la Defensoría del pueblo Cuando autoridad es discriminación, aunque la situación de violencia contra la población LGBTI haya mejorado en comparación con los años 80’s y 90’s, el abuso policial aún persiste y ha venido en aumento desde el año 2015, sin contar el subregistro de los casos de abusos que aún vive esta población en el espacio público.

Aunque los protocolos de DDHH de la policía contemplen la sanción si se presentan casos de discriminación por parte de sus miembros, el hecho es que la mayoría de los casos quedan en la impunidad, lo que ha hecho que los miembros de la fuerza pública sigan abusando de su autoridad ejerciendo violencia simbólica, psicológica y física contra esta población, en especial contra las mujeres trans. ¡Cómo no vamos a estar alertados de que aumenten los casos de discriminación y violencia de los DDHH por parte de la policía hacia la población trans si es que la policía sigue siendo uno de sus mayores agresores! ¿Podemos esperar ‘seguridad’ por parte de los agresores?

Lo más seguro es que el poder adjudicado por las medidas represivas para mantener la cuarentena posibiliten que casos denigrantes como los sucedidos en Perú y en Panamá se repitan en Colombia, porque la policía sigue siendo una policía del género que guiada por sus estereotipos binarios de lo que debe ser un hombre y una mujer impondrán el orden mediante el uso de la fuerza para definir el género de los que no encajan, de quienes no queremos situarnos de un lado o del otro del régimen binario, y ante la confusión tendrán que recurrir a reafirmar el dispositivo violento del género ligándolo a lo que tengamos entre las piernas, un pene o una vagina, o a esa M o F de nuestro carnet de identificación para justificar así el uso de la violencia.

Tal parece que en tiempos del capitalismo del desastre estos dispositivos biopolíticos se restauran para seguir perpetuando sus históricas formas de mantener el poder, ya sea mediante el género, la clase o la raza, a propósito de la propuesta de unos médicos franceses de ensayar la vacuna contra el COVID-19 en el África.

No nos queda más que seguir resistiendo, reforzar nuestros lazos de solidaridad, cuidarnos entre nosotrxs y seguir exponiendo las mentiras de este sistema para que cuando termine la cuarentena podamos salir en masas a recuperar lo que hemos perdido y construir la nueva sociedad que sobreviva a esta pandemia. No es el fin del mundo, pero podría ser el fin de este mundo injusto si así lo queremos.

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