Recuerdo bien que ese día me levanté con un poco de taquicardia, no había podido dormir bien pensando en las expectativas que tendría lugar a una cita con una chica que me interesaba mucho, realmente había un gusto genuino y romántico hacía ella, por eso quería que todo saliera muy bien y de esta manera poder intentar una relación, luego de muchos años que no me daba la oportunidad. Así que esa mañana me levanté sin ganas de desayunar, preocupado, tenso, irritable con cada cosa que sucedía en mi entorno, realmente no entendía por qué me sentía de esa manera si iba a tener una cita que podría cambiar mi vida; sin embargo, las cosas empezaron mal al medio día.
Como toda familia colombiana, o las que tenemos el privilegio de poder almorzar juntos, se dan algunas discusiones que pueden poner en tensión el espacio. Pues bien, no estábamos pasando por una buena situación económica, puse sobre la mesa un cuestionamiento de quienes estábamos aportando al hogar y las cosas se salieron de control, todo lo que estaba sintiendo en la mañana explotó al medio día con un ataque de ira con los objetos que tenía alrededor y rompí un vaso de vidrio, claro, esto generó nerviosismo en la familia y se me quitó el apetito, no almorcé y me retiré de la mesa, subí al cuarto a llorar y mi mente me decía que estaba actuando mal, cosa que en parte lo fue; sin embargo hubo responsabilidades compartidas en el momento, pero ninguna las aceptamos, así que se me pasó por la cabeza que ellos no me querían tener más en la casa y decidí salir de ella y caminar por las calles mientras se acercaba la cita con la chica.
Me sentía culpable todo el santo día, mi cabeza no paraba de pensar en que en ese momento era un mal hijo, mal hermano y hombre por mi actuar y que mi familia estaría mejor si yo no existiera; esos pensamientos rondaron por mi mente constantemente y no salían de ella.
Llegó la hora de verme con la chica, ella como siempre muy formal, amable y linda, me recibió con un abrazo y un beso en la mejilla, yo, aparentando que todo estaba muy bien cuando en realidad por dentro me estaba destrozando por lo acontecido con mi familia, así que nos dirigimos a un lugar donde pudiéramos conversar y de paso comer algo, no había almorzado y la gastritis estaba alborotada; sin embargo, cuando llegó la comida el apetito desapareció, no podía ver la comida porque me empezaba a producir unas nauseas horribles y claramente los síntomas físicos son evidentes, obviamente ella se dio cuenta y le conté que no me sentía bien. Bueno, ya ustedes sabrán que empezamos muy mal con esta cita.
Fui al baño a echarme agua en la cara para ver si se me pasaba esa sensación de nauseas, pero ¿adivinen qué? Llegaron pensamientos intrusivos a pensar que todo saldría mal con ella, que había descubierto que estaba mal, triste y angustiado, de esa manera le sumé otra preocupación más y estaba al borde del colapso.
Pues bien, no pude comer mayor cosa y le dije que saliéramos a respirar aire fresco; nos fuimos para el panóptico y allí empezaron los temblores, las náuseas llegaron y los mareos no se hicieron esperar, luego allí el hormigueo en los pies me hicieron caer y ella por supuesto sin entender qué era lo que pasaba pues no podía hacer nada, yo tampoco entendía qué estaba sucediendo, ya era el segundo episodio de ansiedad sin saber que la tenía y lo único que le pude decir a ella es que me llevara a urgencias en la clínica donde me atienden.
En la clínica me subieron a una silla de ruedas (jamás en mi vida había estado en una silla de esas) le pedía a la chica, en medio del llanto desbordado, que llamara a mi familia para que vinieran y me acompañaran, lo hizo y llegaron todos; yo estaba llorando desesperadamente, no encontraba nada para parar ese llanto, tenía medio cuerpo dormido y no podía hablar bien, eso me empezó a preocupar más y más, hasta que por fin me atendió el médico general, me aplicaron un calmante y me recetaron dos medicamentos sin ser diagnosticado por un médico psiquiátrico. Los calmantes hicieron lo suyo y sobre todo, lo más importante, pude hablar con mi familia pidiendo disculpas por lo sucedido al medio día y ellos me recibieron las disculpas, aceptaron que también hubo tensión por parte de ella y de forma casi que mágica desapareció el malestar, bueno, además porque estaba con los calmantes en mi cuerpo.
Ustedes se preguntarán, ¿qué pasó con la chica? Pues lamentablemente nunca más nos volvimos a ver, no tuve contacto con ella y deduje que, por supuesto, le dio miedo de salir con alguien que padece esta enfermedad de la cual en ese momento empecé a informarme.