Por: Juan Gonzalo Marín
2021 es un año definitivo para Jericó y el Suroeste, ya que esperamos desde el año pasado noticias de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) sobre la negación u otorgamiento de la licencia de explotación de la mina Quebradona de la Anglo Gold Ashanti (AGA) en la montaña La Mama de nuestro municipio.
Ya sabemos que la entrada de dicha empresa a comienzos del presente siglo a nuestro pueblo, generó desencuentros entre los jericoanos. Algunos le apostaron a la empresa minera por conveniencias económicas y otros nos opusimos por cuestiones ambientales y sociales y de permanencia en el territorio. Diferencias que se han tornado irreconciliables por la forma y las prácticas de la minera para posicionarse social y económicamente.
Bien es sabido que Jericó está cambiando y de nosotros depende el rumbo que se tome en un futuro cercano. Si se diera la minería, el municipio sería el centro minero del Suroeste antioqueño como lo dice el gerente de la AGA, Felipe Márquez; en otras palabras, todas las dinámicas sociales y culturales se irían transformando de acuerdo con el régimen minero impuesto. Nos convertiríamos en un “no lugar”, es decir, en un espacio para entrar y salir con prisa, donde el arraigo social y cultural no está permitido por la posible conversión del paisaje en un desierto minero. La historia de muchos pueblos mineros acaba con el agotamiento del mineral. Después de agotar el mineral en menos de 50 años, viene el desmonte de la mina y el traslado del entable a otro sitio. Todo el tinglado construido alrededor de la mina hace lo mismo. La mudanza se da en todos los órdenes sociales, económicos y ambientales, ya no hay nada que hacer por el agotamiento del mineral. Los trabajadores mineros, los negocios mineros y todo aquello que se creó con la mina, pierde su función y también salen en desbandada. El pueblo quedará convertido en un cementerio de montañas, e irá camino a convertirse en un pueblo fantasma.
En palabras del susodicho Márquez, “Jericó va a convertirse en una centralidad minera”. Son varios los espacios sujetos de explotación minera en nuestro municipio, ya lo dijo un geólogo contratista de la AGA, “Jericó no debió fundarse en este sitio”, en otras palabras, estamos en el lugar equivocado, según ellos.
Todo este pretendido enclave minero va aparejado del cambio social y económico requerido para su funcionamiento, eso sí, se necesita de la aceptación de algunos que inicien con el cometido. A grandes rasgos, requieren de algunas personas lugareñas y foráneas que le apuesten a la minería por usufructo económico, son un porcentaje mínimo. Otros estamos en la otra orilla, no de la oposición a la minería como actividad necesaria para el bienestar del hombre, sino en contra de que arrasen nuestras montañas para satisfacer las necesidades lucrativas y codiciosas de una empresa extranjera y sus empleados, que reitero, son muy pocos.
Los millones de dólares prometidos por la empresa minera a sus seguidores y con los cuales seducen al necesitado, les aseguro que muy poco quedará en la gente de a pie del municipio. Cuando recojan el entable minero (si es que se da la volverán a pisar tierras suroestanas y jamás reconocerán los daños ambientales causados por su gula minera.
Esta encrucijada no solo afecta a la localidad, sino a Colombia y al resto del mundo, ya que las consecuencias se esparcirán por doquier. Si no hay minería, seguiremos contando con un medioambiente sano, mejor aún, los ojos seguirían puestos en la preservación y conservación de la biodiversidad, la educación continuaría con enfoque ambiental, la agroindustria se acoplaría a los nuevos requerimientos ambientales y el planeta encontraría un poco de esperanza.
Creemos desde este lado, de los que abogamos por el NO a la explotación minera en Jericó y el Suroeste antioqueño, que la riqueza ambiental y ecológica de nuestro municipio es nuestra razón de ser y el aliciente para pensarnos en un municipio realmente verde que dé ejemplo al mundo entero.
Jericó y el Suroeste no merecen la suerte que unos cuantos mineros extranjeros y dirigentes del país le están tramando. Debemos abrir los ojos y posicionar nuestros pensares y críticas contra esas formas de vida ajenas que nos quieren implantar. Debemos rechazar la injerencia y la compra de conciencias por un puñado de billetes. Nuestras montañas, fauna y flora, nuestra agua y nuestra tranquilidad no tienen precio porque es un patrimonio de todos y para todos. Recordar que no somos pobres, ni estamos en miseria alguna para entregar nuestro bien más preciado a una empresa sudafricana por comida y algunos lujos.
Así mismo, proponemos una educación ambiental o de la naturaleza, que sea tan importante como las matemáticas, además, que las ciencias sociales conversen con las ciencias naturales. El humanismo debe estar en cada pensamiento escolar desde la filosofía y la historia. Debemos formar seres humanos alejados de individualismo modernos, críticos y ligados a formas de vida sencillas, en pro de comunidades consientes de futuros ajenos. Si eso es posible, de seguro el pensar en la naturaleza será agradable y se reproducirá desde la casa.
Pensamos que no se debe invitar a acumular, sino más bien a vivir con el otro. No creemos que haya que acabar con las formas de vida austera, sino más bien reducir la vida de consumo de los ricos a nivel del consumo de los pobres. El 20% de la humanidad se consume el 80% de los recursos disponibles. Si el 80% de la humanidad consumiera la energía de ese 20%, necesitaríamos tres o cuatro planetas más para vivir.
Debemos, y es nuestra obligación, conservar y preservar nuestro patrimonio natural, nuestro espacio y nuestra cultura. No podemos permitir que otros, por codicia, se lleven lo más valioso que tenemos en nuestro territorio, las montañas y sus afluentes.