Las marchas con más pena que gloria

Por: Danna Valentina Montoya Ramírez, Abogada Uniandina

Instagram: danna_montoyar, Twitter: @dannamontoyar


El 14 y 15 de febrero se presentaron dos manifestaciones en Colombia, por un lado, la convocada por el presidente Gustavo Petro y por el otro la convocada por la oposición. Es innegable que en ambos casos la expresión democrática es totalmente legitima, pero a nivel político dejo a ambos sectores más lamentos que ventajas.

Del lado del gobierno, la convocatoria se alejo mucho de las dadas en campaña, ¿y cómo no? En todos los casos será más sencillo tener mayor apoyo desde el sentimiento de indignación que desde la esperanza de construir nuevas propuestas, la vara para esta medición no podría ser la misma. Por lo que deberá ser un importante punto de partida para nuestro presidente, quien deberá limitar más los pulsos políticos en las calles y concentrarlos en los diálogos directos con el pueblo y por supuesto, en el Congreso. Adicionalmente, el discurso desde el balcón, aunque simbólico y esperanzador hizo un llamado a un apoyo popular que ya tiene, y que bajo ninguna circunstancia debe poner en duda, fue elegido para hacer el cambio y este solo se logra por medio de las reformas propuestas, la confianza depositada sigue vigente y el diálogo con los distintos sectores no implica perder legitimidad, implica vivir en democracia.

En cuanto a la oposición, si bien tuvo más participantes en su marcha considero que fue la gran perdedora de las jornadas porque: primero, la cantidad de personas fue abismalmente inferior a las que convocaba el actual gobierno encontrándose antes en la oposición, no es lo mismo comparar establecimiento versus oposición los estándares y sentimientos que despiertan son diferentes. Segundo, el mensaje político fue disperso, los ciudadanos más que entender las reformas y estar en contra de ellas marchaban con tristeza y tal vez guayabo emocional de unas elecciones que aún no superaban, el discurso más que concreto continuaba siendo en contra del comunismo, la izquierda y sus representantes. Tercero, la derecha tuvo que renunciar a satanizar la protesta social para ejercerla y admitir el significado democrático que ella tiene, ya no hubo más referencias al “yo no marcho yo produzco”, por el contrario, exigieron como tienen todo el derecho, la garantía de la manifestación política. Cuarto, en las marchas del 15 de febrero se presentaron actos de violencia que empañaron y demostraron que no era cuestión de izquierda ni de derecha los actos reprochables que en las marchas se han presentado. Quinto, en las calles en su gran mayoría estuvieron personas adultas y mayores, que evidencian la incapacidad de renovación de una derecha que sigue envejeciendo y que vive la penuria política de atraer a esta nueva generación.  Por último, la marcha continua sin ser capitalizada en un determinado líder opositor con ideas, estructura, y con la capacidad de congregar la visión actual de la oposición, ojalá en algún momento este líder llegue por el bien del debate democrático.

Con todo lo anterior, reitero que las marchas realizadas el 14 y 15 de febrero son una expresión de la democracia que siempre deberá ser defendida, pero a nivel político no fueron las decisiones más acertadas para ambos espectros, no cumplieron las expectativas de ninguno de los dos y, además, los perjudicaron en distintos aspectos. Ojalá esta sea una elección aprendida, y que el pulso político se mueva a los amplios diálogos sobre las reformas, en donde se pueda construir desde lo técnico el mejor camino para Colombia.

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