Por Gilberto Tabares
Catedrático sin alumnos, narrador de historias de ficción y humorista en formación. Escribe cuando le da sueño y repara computadores y corazones obsoletos a domicilio.
Vitascopio
La obra de Beatriz Seigner, “Los Silencios”, expone el desplazamiento colombiano como producto de una guerra de origen multicausal (Ejército, paramilitarismo y guerrilla), además de retratar la tragedia sociopolítica a través de los ojos de una familia integrada al mismo tiempo por la vida y la muerte. La película se sitúa temporalmente entre el inicio del proceso de paz en La Habana, Cuba (2012) y la posterior firma del acuerdo con las FARC (2016). La puesta en escena se enfoca en trabajar visualmente con ambientes naturales en la Isla de la Fantasía ubicada en el Amazonas, con espacios bien enfocados a través de maravillosos planos fijos, donde sobresalen los espacios oscuros -nocturnos- y los colores fluorescentes tradicionales de la población local, lo que hace que se confunda a la perfección lo real y lo imaginado.
Seigner (directora) acierta al apoyarse en el vestuario para dirigir la atención sobre el vínculo entre la vida y la muerte, quizás tomando la idea de los rituales de algunas tribus indígenas que demuestran su cosmovisión a través de colores neón, con los cuales proyectan a los espíritus de sus antepasados; la fotografía precisamente revela esa conexión entre lo vivo y el presente, la memoria y lo inerte, buscando hacer posible una comunicación por momentos onírica que promueva lazos de paz.
Aunque la propuesta audiovisual de Seigner tiene como centro el acto discursivo, este no se presenta solamente a través de las palabras o imágenes, la apuesta clave y talvez la más reveladora de esta dirección se enfoca en el valor comunicativo del silencio, demostrando que la ausencia de sonido no implica el abandono del significado, al contrario, los personajes hombro con hombro construyen pausas reflexivas determinantes para la estructura narrativa, es decir, los silencios le dan momentum interpretativo al espectador, catapultando el contexto no visible para que sean capaces de dimensionar por sí mismos, los sentido y significados de una humanidad compartida.
Seigner construye a través de sus personajes varios argumentos de carácter ideológico. En el primero hace énfasis en la guerra como instrumento del poder político-económico que devora el presente de generaciones enteras condenándolas no solo a la marginalidad sino a la melancolía y reminiscencia de un futuro que se les arrebató. Un segundo argumento -con algo de ironía-, se refleja en la voluntad ciudadana para reestructurar en el marco de la asamblea de los muertos, un pacto social a través del consenso y la memoria histórica que les dé un escape al continuo reeditar de las violencias colombianas y les permita dignificar un futuro. Estos argumentos hierven a fuego lento mientras son atravesados por Seigner usando silencios bien representados por María Paula Tabares (Nuria) y Enrique Díaz (Adao) para sacudir emocionalmente y racionalmente al espectador, impulsándonos a escuchar e interpretar el lirismo de los silencios estentóreos producto de más de 50 años de guerra, así evitar que aun siendo hijos del miedo y la represión, repitamos el navegar por el río del infinito retorno a la violencia, afluente al que parece estamos condenados a zarpar históricamente.
La película es conmovedora en cuanto logra transmitir la incertidumbre y el dolor del conflicto y el postconflicto; la renuencia y debilidad de las instituciones gubernamentales ante la crisis humanitaria consecuencia de la guerra, además, enaltece la fortaleza de una familia erosionada por la violencia que logra vincularse a un grupo social, cuya característica particular es el establecer de diálogos entre la vida y la muerte para llegar a acuerdos para el futuro. Definitivamente el corazón de la cinta está en su carácter sociopolítico, pesada carga que se pone en los hombros de las actrices del film, para que estas dejen impresa en nuestra mente la compasión que debería ser propia de un contexto como el nuestro; tal vez como reflejo de la preocupación de Seigner por la naturalización e indiferencia de la sociedad ante el fenómeno de la guerra en Colombia, que, como trata de representar en su obra, puede convertir a una sociedad en fantasmas mucho antes de exhalar su último aliento.