¡Heródoto esta muerto, que viva Mainlander!

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El resultado final es un canto a la esperanza y la ilusión de vivir, en unas condiciones infrahumanas. La música cobra gran importancia en este aspecto y se convierte en un elemento fundamental del filme.

Por Gilberto Tabares

Vitascopio


El director Aki Kaurismaki (finés), nos propone en su película “un hombre sin pasado” (2002), una perspectiva sobre la posibilidad de la resurrección del hombre desligada de su historia. Con la construcción de sus personajes pone en juego una sociedad en decadencia económica, pero con la más asombrosa frialdad moral -constantemente marcada por la rigidez sentimental-, lo que permite cimentar un ambiente donde seres en desgracia absortos en su supervivencia son capaces de ser solidarios. Así mismo, la obra de Kaurismaki amalgama varios niveles de complejidad, logrando plasmar, de forma cruda, no solo la imposibilidad de ascender socialmente en un mundo domado por el capitalismo, sino la muerte y el exterminio de la memoria -de su historia- como la única posibilidad que tiene el hombre para reintroducirse en este tipo de sociedad, es decir, renacer, constituirse de nuevo y reincorporarse.

La puesta en escena toma distancia de la relación de empatía que se pueda construir entre espectador-personajes, ya que estos se muestran más meditativos que melodramáticos; esto sumado al minimalismo con el cual Kaurismaki busca recrudecer el relato, provoca un escenario realista de una sociedad marginal en vías de deshumanización. No obstante, la dicotomía humanidad-capitalismo se mantiene constante a lo largo del film, de la mano del hombre sin pasado (Markku Peltola) que luego de su muerte y resurrección deberá retomar su vida social, sin ningún recuerdo de sí mismo como sujeto histórico y buscar un lugar en una sociedad abatida, pero con asomos de humanidad visibles a través de algunos valores como la solidaridad y el amor. La puesta en escena de Kaurismaki le propone a este tipo de sociedad abrazarse a los valores como única forma de sobrevivir en un mundo injusto, la ayuda y la misericordia se plantean aquí edificantes de la salvación humana.

Constantemente se hace alusión a la reconstrucción de la historia, donde aún en medio del más profundo de los olvidos del ser se puede propender hacia el futuro. Para Kaurismaki las instituciones -policía, bancos, oficinas de asistencia social- son barreras que impiden avanzar; va a ser necesario el cuidado desinteresado de Kaisa Nieminen (Kaija Pakarinen), la hospitalidad de Nieminem (Juhani Niemelä) la bondad de la propietaria del restaurante (Anneli Sauli) la solidaridad y el amor de Irma (Kati Outinen) para fortalecer a este hombre sin pasado y dotarlo de la vitalidad necesaria para renacer en este universo de los excluidos. Cuan profunda será la resurrección de este hombre, que al enfrentarse a las cenizas de un pasado reflejo de la más profunda infelicidad, no puede más que abrazarlo y darle la mano -abrazo a la exesposa (Aino Seppo, dar la mano a Ovaskainen (Janne HyyTiäinen)- para retomar un presente que logró construir sin tener la más mínima memoria de sí mismo.

La música introduce la redención humana -cuasi religiosa- en lo más profundo de las carencias, en la canción Paha Vaanii se retrata a un ser humano rogando por la salvación ante el mal; “el diablo me persigue en cada esquina (…) me mira fija y serenamente desde el fondo de mi vaso, donde quiera que vaya él siempre está a mi lado o tocando mi puerta” (Marko Haavisto & Poutahaukat). Esta sociedad oprimida que desespera al ver el fondo del vaso y no encuentra paz ni en la calle ni en su hogar, es la que va a impulsar la reconstitución de este hombre sin historia. Habría que decir también, que a través de la música de “The Renegades” y “Marko Haavisto”, Kaurismaki incorpora la emocionalidad que tan desesperadamente necesita el argumento del film, para no dejar la empatía por la actuación en el olvido.

Definitivamente, la obra de Kaurismaki hace simple lo complejo, al dibujar a individuos que al ser absorbidos por sistemas sociales pasan a ser irrelevantes o inexistentes, víctimas de modelos económicos o de gobiernos intransigentes a los que les da igual la historia que nos constituye como sujetos porque al final el hombre sin pasado al igual que la sociedad marginal donde se sintió “feliz” no podrán escapar de esa marginalidad, la mejor o peor de las ironías desarrolladas en la mente de Kaurismaki.

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